1. Frailes historiadores

Capítulo 1. Los frailes historiadores

En este capítulo trataremos sobre un grupo de frailes que se dieron a la tarea de conocer la lengua y la cultura de los pueblos indígenas y así facilitar su evangelización. Estos historiadores cristianos profundizaron en el conocimiento de las sociedades prehispánicas seguramente mejor que cualquier español. Sus metas fueron diversas, lo mismo que sus fuentes de investigación y sus métodos de trabajo; asimismo, pertenecieron a varias generaciones y a distintas escuelas de pensamiento del siglo XVI. Sin embargo, este grupo de frailes historiadores, destacados religiosos del clero regular, compartieron creencias, valores, ilusiones y decepciones en la evangelización, y estuvieron orientados por principios similares.Como decíamos en la introducción, nos referimos al grupo de escritores formado, principalmente, por los franciscanos Andrés de Olmos, Toribio de Benavente Motolinía, Alonso de Molina, Bernardino de Sahagún, Gerónimo de Mendieta y Juan de Torquemada, así como por los dominicos Bartolomé de Las Casas y Diego Durán.

Entre ellos existieron, seguramente, discrepancias doctrinales y personales importantes, acentuadas ante nuestros ojos por pertenecer a órdenes diferentes, tiempos distintos y tener niveles de preparación desiguales. Sin embargo, si enfocamos nuestra mirada en asuntos de doctrina sexual, es factible suponer, hasta donde sabemos, que sus diferencias no fueron tan notables, y si lo fueron, no las externaron por escrito. En cualquier caso, coincidieron en los principios en la evangelización matrimonial y corporal de los indígenas, siguieron criterios semejantes para investigar la vida sexual prehispánica y valoraron de modo similar las costumbres nativas, aunque no siempre llegaron a idénticas conclusiones. En este capítulo trataremos de situar a estos frailes historiadores en la sociedad e Iglesia del siglo XVI.


El ideal de castidad

Recordemos, en primer lugar, que un número importante de los frailes que cruzaron el Océano para evangelizar a los pueblos indígenas de México fueron partidarios de una renovación de la Iglesia Católica. Ellos fueron simpatizantes o formaron parte de los grupos reformados y observantes que pugnaban por una elevación intelectual y moral del clero, y por un mayor rigor de los votos sacerdotales, principalmente el de pobreza, pero también el de castidad.1 No todos los menores y predicadores novohispanos del siglo XVI participaron de este entusiasmo renovador; menos aún en la segunda mitad del siglo, cuando el clero regular perdía fuerza frente al secular, y cuando la euforia por la empresa evangelizadora se hubo enfriado. No obstante, como trataremos de mostrar adelante, el grupo de frailes historiadores fueron partidarios o seguidores de esta tendencia renovadora de la Iglesia Católica.2

Los proyectos de renovación espiritual del catolicismo suponían, obviamente, una valoración del estado de la Iglesia y la sociedad del siglo XVI. Para los frailes observantes y reformados la situación dejaba mucho que desear.

La prostitución, por ejemplo, ilustra las costumbres sexuales del mundo que enfrentaban los reformadores. El siglo XV y la primera mitad del XVI fueron una época de recuperación demográfica, posterior a los terribles años de pestes, hambrunas y guerras que diezmaron a la población europea de fines del Medioevo. Esta recuperación propició cierta prosperidad en las ciudades, y mayor fluidez en las relaciones sociales y los vínculos sexuales. 3 En este contexto florecieron los burdeles y los "baños" públicos en las principales ciudades del mundo latino. La prostitución alcanzó niveles que probablemente hayan superado al siglo XIX. Sin embargo, a diferencia de la moral decimonónica, la prostitución del siglo XV y XVI tenía prestigio y reconocimiento. Los dueños de los burdeles podían ser el gobierno de la ciudad... o su obispo. Las cortesanas tenían una vida social plena: iban a misa, tenían su confesor, daban limosnas, cerraban puertas en Navidad y Semana Santa (con cargo al erario de las ciudades), tenían protección oficial y pagaban por ella. Eran servidoras públicas y se les veía con simpatía.4

El escritor español, Francisco Delicado, nos ha dejado un cuadro excelente del complejo y floreciente mundo de los lupanares en la Roma renacentista que conoció, así como de las complejas relaciones sociales, eróticas y sentimentales de las jóvenes con sus clientes. "El amor sin conversación es bachiller sin repetidor", afirmaba la singular Lozana andaluza, protagonista de la historia, para dar cuenta de la amistad que debía reinar entre los amantes.5 Los hombres de la Iglesia no estaban excluidos de este mundo picaresco, como ese canónigo que recibió de la Lozana un ungüento de populéon para tratar su enfermedad venérea,6 o aquel fraile, "procurador de convento" que hacía exclamar a la Lozana: "no hay cosa tan sabrosa como comer de limosna".7 Aunque la Lozana sugiera que los libertinajes de Roma no se consentían en España, es probable que todas las ciudades mayores de la Península Ibérica hubiesen contado con barrios de burdeles, reglamentados por los poderes públicos.8

En realidad, la moral sexual de la época estaba lejos de regirse por los modelos de comportamiento sexual y matrimonial católicos.9 La bigamia y las relaciones incestuosas eran hechos relativamente frecuentes, convirtiéndose en focos de severas críticas desde principios del siglo XVI.10 Los frailes españoles rigoristas se lamentaban de la falta de temor a los pecados carnales; los varones incluso se enorgullecían de sus enfermedades venéreas, según el dominico y arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza. De hecho, las leyes españolas eran bastante indulgentes con los excesos masculinos. En los países vascos se reconocía como hidalgo al hijo natural,11 mientras que en Navarra, los hijos de barraganas tenían derecho a la herencia.12 En cuanto a las mujeres, el honor familiar, ese valor supremo de la Europa Mediterránea, exigía una vigilancia especial. No obstante, hombres como el agustino fray Luis de León, criticaban a esas damas españolas porque pasaban más horas sobre el maquillaje que los juristas sobre los libros, buscando, a través de adornos, tacones altos, escotes profundos y vestidos anchos, despertar la lascivia masculina.13 La idea misma de amor era objeto de inquietud: los reformistas cuestionaban el valor de cantos y librillos que enaltecían el amor profano, poniendo a la mujer por encima de Dios. Luis Vives, por ejemplo, se lamenta de la popularidad de escritos llenos de "embustes e inmoralidades", como Celestina, Cárcel de amor y Decamerón.14

Lo más grave, sin embargo, era la moral de los sacerdotes, que no se distinguía mucho de este cuadro general. Curas y religiosos no tenían vocación cristiana ni preparación intelectual. Los reformadores coinciden: "la mayoría de los clérigos no está ni más ni menos corrompida moralmente que las demás clases sociales. No se distingue ni por sus virtudes de castidad y obediencia ni por su cultura intelectual".15 En muchos casos, los hijos seguían una carrera clerical por arreglos familiares, más que por vocación espiritual. Sin derecho al matrimonio, estos religiosos buscaban amantes y barraganas. Cuando el arzobispo de Toledo intenta reducir a los franciscanos a la observancia, el rechazo no se hace esperar:

En España las manifestaciones de descontento se hicieron públicas. En Salamanca, por ejemplo, los claustrales recorrieron las calles acompañados de sus mancebas; en Toledo salieron del convento en procesión entonando el salmo In exitu Israel Aegiptu, que recordaba el éxodo del pueblo hebreo. En Castilla muchos religiosos pasaron a Marruecos y se convirtieron al Islam antes que abjurar de sus beneficios y mujeres.16

Los conventos femeninos también fueron objeto de inquietud para los reformistas españoles. Muchas de las monjas eran jóvenes enviadas al claustro por decisión de sus padres, quizás por la falta de dote para poderlas casar. Así, la devoción no distinguía precisamente a los conventos; la vida no era tan recatada, las mujeres recibían visitas y salían a menudo, con o sin autorización. El problema escandalizó al público cuando se descubrió que Francisco de Vargas, administrador de las finanzas de Carlos V, era amante regular de una monja de las Huelgas.17

En suma, para los reformadores católicos, la Iglesia y la sociedad del siglo XVI dejaban mucho que desear. Esta conclusión sería compartida por los frailes historiadores que, en la Nueva España, iban a aquilatar el valor de las costumbres indianas.

Por otra parte, una reforma del clero español no podía ignorar los señalamientos críticos protestantes, ni sus radicales propuestas de transformación. En el terreno de lo sexual, el problema crucial fue, naturalmente, el matrimonio clerical. El celibato es un don divino, pensaba Lutero, pero no puede ser impuesto: más vale un cura casado con dignidad que un célibe fariseo.18 En oposición, el catolicismo reafirmó el valor moral del celibato y la observancia obligatoria del voto de castidad. Para el Cardenal Cisneros y los reformistas españoles (y luego para el Concilio de Trento), el desafío de los protestantes tenía que ser enfrentado elevando la calidad moral de los religiosos e instrumentando, efectivamente, el celibato. El asunto se complicaba por las posturas influyentes dentro de la Iglesia, como las de Erasmo de Rotterdam, que denunciaban la formalidad del voto de castidad, sugiriendo también que el matrimonio sacerdotal sería preferible al concubinato encubierto.19 ¿Tuvo seguidores esta postura entre los frailes evangelizadores novohispanos? Sabemos, por lo menos, que el dominico Francisco de la Cruz pugnaba por un proyecto de transformación social y religioso radical, que incluía el matrimonio para los miembros del clero. La Santa Inquisición lo ejecutó en Lima, Perú, en 1578.20 Asimismo, sabemos que el franciscano Alonso Cabello, en Nueva España, abogó por la supresión de los votos, causa que lo llevó también ante los tribunales de la Inquisición.21

En cambio, nuestro grupo de frailes historiadores no externaron, hasta donde sabemos, ninguna simpatía por el matrimonio clerical, idea que, por otra parte, sería imposible de externar sin exponerse a una dura represión. Lo más probable es que estos frailes hayan acatado, por mandato a la Iglesia y seguramente por convicción, el dogma católico de la castidad, tanto en su labor evangelizadora como en su trabajo de historiadores.


El desorden amoroso en la Nueva España

Al cruzar el Océano, la doctrina sexual católica se enfrentó a problemas todavía más considerables. Como antes mencionamos, Europa experimentó, durante la primera mitad del siglo XVI, un periodo de movilidad social y de relativa tolerancia hacia los comportamientos sexuales. Luego vendría un tiempo dominado por la Reforma Protestante, la Contrarreforma y los estados absolutistas, mismos que impondrían una carga de cerrazón e intolerancia que se prolongaría hasta la Ilustración. Sin embargo, al mismo tiempo España conquistaba un Nuevo Mundo distante, dúctil y de difícil control, en el cual se recrearían, a su modo, las maneras fáciles y flexibles del mundo europeo premoderno.22 Los aparatos de control civiles y religiosos novohispanos, como la Justicia Eclesiástica Ordinaria o el Santo Oficio, no contaban con suficientes redes institucionales y coherentes para ejercer su dominio sobre un basto, movedizo y heterogéneo territorio, poblado en su mayoría por grupos indígenas recién convertidos. En una sociedad en plena transformación, los grupos de españoles, negros, mestizos y castas no podían estar sujetos a la vigilancia que existía en los paises cristianos viejos. La doctrina sexual y matrimonial importada -sujeta, además, a presiones múltiples por la crisis espiritual europea- aparecía, en la Nueva España, como un cuerpo ajeno y difícil de aplicar.23 Esta verdad era expresada, de manera gráfica, por un sacerdote, "ya viejo y anciano", que le decía al arzobispo de México, fray Alonso de Montúfar, que si ellos "pasaban el golfo era porque acá andaban con libertad".24

La Nueva España nació enmedio de una auténtica conquista sexual, resultado del absoluto desenfreno del conquistador español frente a las mujeres indígenas.25 Bernal Díaz ha dejado un vivo testimonio del despojo, reparto y rebatinga por las mujeres mexicanas, sobre todo "si eran hermosas y buenas". No obstante, quizás lo más importante de su relato sea la naturalidad e inocencia con que narra un soldado el apoderamiento de estas "piezas" femeninas, reflejando sin duda las costumbres de su tiempo.26 Posteriormente, las relaciones entre indias y españoles se estabilizarían, dando lugar a vínculos de todo tipo, incluyendo esclavitud, vasallaje, rapto, poligamia, lenocinio, concubinato, amancebamiento, barraganía y, en ciertos casos notables, matrimonio.27

Ya consolidada, la sociedad novohispana no parecía ser un buen ejemplo para los pueblos indígenas; al menos eso pensaron los frailes evangelizadores que intentaron mantener aisladas a la comunidades indias del resto de los grupos sociales de la Colonia.28 Y los historiadores modernos parecen darles la razón. Cada vez se piensa más que las propuestas sexuales y matrimoniales de la Iglesia no eran practicadas por el grueso de los habitantes de la Nueva España.29 En cualquier caso, los ejemplos de violaciones flagrantes a los principios fueron numerosos, aunque los transgresores, por lo común, trataran de manipular las leyes o de usar sus contradicciones. Parecía que todos respetaban la doctrina pero muy pocos la cumplían.30 Un estudio notable revela que en la ciudad de Guadalajara, a principios del siglo XVII, el 40% de los niños nacían fuera del matrimonio, esto es, un índice de hijos ilegítimos que doblaba el de las ciudades españolas de la época.31 Es probable que el laxismo fuese mayor entre los grupos populares; sin embargo, el concubinato alcanzaba todos los niveles sociales. Como don Tomás Pizarro, oidor de la audiencia de Guadalajara, quien públicamente se paseaba con su amante, que era una mujer casada.32

En este contexto, el grupo sacerdotal tampoco fue inmune a las tentaciones de la carne.

Como bien sabemos, Cortés solicitó, en 1523, el envío de "personas religiosas de buena vida y ejemplo" para evangelizar a los indios recién conquistados. Pronto se desarrolló en España un amplio consenso sobre la conveniencia de enviar frailes de primera línea, capaces de encabezar, por su calidad moral e intelectual, la empresa evangelizadora. El fracaso del clero secular en la conversión de los moriscos granadinos mostraba la necesidad de reclutar clérigos regulares, activos y entusiastas. Como sabemos, este ejército de élite se formó, principalmente, con frailes observantes y reformados; en primer lugar, de los hermanos franciscanos.33

Esto no significa, sin embargo, que la moral de todos los religiosos hubiera sido impecable. El Consejo de Indias supervisaba la calidad de los frailes que solicitaban emigrar al Nuevo Mundo; no obstante, este requisito no era necesario para el clero secular, cuyos miembros podían cruzar el Océano como pasajeros comunes.34 De ahí salieron clérigos como Diego Díaz, acusado de "estar amancebado con ciertas indias y haber tenido acceso carnal con una hija suya".35 La escasez de religiosos disponibles obligaba, por otro lado, a reclutar a frailes que no siempre eran los más adecuados. Muy pronto surgieron quejas por el envío de evangelizadores que resultaron inaceptables.36 Conocemos el caso del fraile franciscano Juan de Paredes, que en 1528 (o 1529) fue acusado por su custodio de que "se había echado con varias indias."37

En la segunda mitad el siglo XVI el problema de los lapsus carnis se volvería inquietante. Sin duda el fortalecimiento del clero secular y el crecimiento del escepticismo entre los frailes mendicantes contribuyó a debilitar la observancia de la pobreza y castidad. Un detallado estudio que va de 1550 a 1587 sugiere que los dominicos de la provincia de Santiago de México reforzaron, paulatinamente, ciertos dispositivos necesarios para hacer cumplir el voto de castidad, evitar la solicitación de favores sexuales en el confesionario, el amancebamiento con indias o españolas, la escritura o lectura de cartas de amor, y la práctica de actos de sodomía en las celdas conventuales.38 El proceso de deterioro moral sin duda afectó también a los franciscanos. "La disciplina ascética y el entusiasmo misionero de la primera generación había dado paso a un espíritu de rutina burocrática y de desaliento".39 A partir de 1577, en los Autos de Fe del Santo Oficio empezaron a desfilar sacerdotes amancebados y solicitantes en confesionarios, tanto del clero secular como del regular.40

La suma de estos aspectos, apenas pincelados, no podía ser muy edificante para frailes rigurosos y ascéticos, para quienes la carne era, como decía fray Alonso de Molina, "el mayor enemigo del alma".41 Una vez esbozado el contexto, veamos más de cerca la calidad de estos "santos varones", cuyas obras históricas veremos teñidas por sus conceptos y valores sexuales.


La pastoral de la carne entre los indios mexicanos


Es necesario recordar, en primer lugar, que este conjunto de frailes historiadores compartía, al margen de sus creencias sexuales, un valor singular de tal importancia que bastaría para identificarlos como un grupo homogéneo de historiadores, a pesar de todas sus muchas discrepancias y conflictos. Nos referimos, obviamente, a su aprecio por los indios, su respeto y admiración por las culturas precortesianas, al menos por las más "polidas", su interés por comprenderlas, y su lucha por hacer valer, en los modos distintos en que lo entendían, la condición humana del indígena. Antes que nada, estos autores fueron, desde luego, expedicionarios de un "ejército de Cristo", empeñados en una cruzada espiritual, que también fue conquista material. Sin embargo, el simple hecho de haber dedicado buena parte de su vida a indagar las "antiguallas" de los pueblos que evangelizaban aumentó su aprecio por ellos. La intransigente defensa de Las Casas por los derechos jurídicos de las sociedades indígenas, el amor de Durán por el pueblo náhuatl que lo vio crecer, la lucha franciscana contra la tributación excesiva, son indicadores de un compromiso por la suerte de los indios, unida, por lo demás, a la suerte de su propia empresa. Todo esto impregnó, como sabemos, sus obras históricas.

La doctrina sexual que los frailes predicaron a los pueblos indígenas tenía como base, naturalmente, los valores de la Iglesia de la época. La larga tradición cristiana había elaborado para entonces una compleja pastoral basada, en principio, en una desconfianza profunda hacia los placeres carnales, ya que éstos hacen del espíritu un prisionero del cuerpo, impidiéndole elevarse hacia Dios. Sin embargo, así como el comer es necesario para la vida, el sexo se requiere para la procreación. Así, podemos usarlo, pero sin aficionarnos al placer, que no es su fin natural.42 En el intrincado juego de mediaciones entre la desconfianza al placer y la necesidad de la procreación, el discurso de los frailes novohispanos se situaba en una postura de ascetismo radical, sugieren algunos historiadores modernos.43 Incluso se ha sugerido que su discurso hacia los pueblos indios anticipó ciertas técnicas de control sexual que se usarían, en Europa Occidental, al instrumentarse los preceptos tridentinos.44 En cualquier caso, su vida, su obra, sus textos doctrinales y sus trabajos históricos señalan con claridad, como dice Sahagún, su "amor por la virginidad".

Veamos algunos elementos biográficos aportados, en su mayoría, por ellos mismos. "Estos benditos padres", escribe Mendieta acerca de los primeros franciscanos novohispanos, "supeditaron su carne, subjetando la sensualidad a la razón, con ayunos, disciplinas, oraciones y otros ejercicios corporales y espirituales".45 Fray Martín de Valencia, primer prelado de la orden de los menores, vestía siempre un áspero "cilicio de cerdas", y usaba de flagelarse "mucha parte de la noche".46 La principal virtud de fray Toribio Motolinía era, según su discípulo Mendieta, justamente la castidad. El hombre era capaz de reprender a un religioso grave y ejemplar "por solo que le vio una vez llegar la mano al rostro de una niña que su madre traía en brazos para que la bendijese".47 El gran obispo franciscano, fray Juan de Zumárraga, llegó a México tras su campaña contra las brujas de Vizcaya. Trajo consigo a su compañero de cruzada, fray Andrés de Olmos. El obispo era un "acérrimo reprendedor de vicios y viciosos", y más especificamente, "jamás consintió que mujer alguna entrase en su casa". El padre Olmos, por su parte, afirmaba que "muchas razones han hecho que muchas mujeres engañosas vivan como adeptas del Diablo. Muchos menos hombres viven así". En efecto, a ellas "mucho las engaña el Diablo, porque les promete una vida disoluta de placeres".48 Fray Bernardino de Sahagún, por su parte, fue un varón de muy buena "persona y rostro". Por eso, cuando todavía era mozo "lo escondían los religiosos ancianos de la vida común de las mujeres", reserva innecesaria, pues el atractivo joven "era tan virtuoso que ninguna cosa le perturbó su buen espíritu".49 Sobre el padre Mendieta escribe su discípulo, fray Juan de Torquemada, mostrándolo como un hombre "muy sufrido", que hacía "muy continuas y ordinarias disciplinas".50 Y en cuanto a Torquemada mismo, situado ya en los umbrales del siglo XVII, expresó sus valores sexuales criticando agriamente la cultura de su tiempo, el "uso que hay de pintar figuras desnudas y lascivas", así como la lectura de esos perjudiciales libros de "caballerías, pastoriles y profanos". A cambio, el franciscano recomendaba, como forma de cultivar el espíritu, la lectura de buenos libros, como las "Vidas de los Santos".51

Los dominicos de la Provincia de Santiago, por su parte, reconocían en fray Domingo de Betanzos una gran inspiración para la observancia. El riguroso padre "conocía lo mucho que importa, no solamente ser los religiosos castos, sino parecerlo". Pues los seglares no oyen las oraciones y sacrificios nocturnos; no oyen "las disciplinas hasta derramar sangre". Por eso la actitud exterior es fundamental, "y más en estos trabajosos tiempos, -decía el historiador de los predicadores- cuando la malicia se ha hecho poeta, y oradora".52 Para prevenir transgresiones, la Provincia estableció que los conventos sólo tuviesen dos puertas, y que de noche fuesen cerradas con doble llave, guardando el prelado una de ellas, y la otra un vigilante especial de la observancia, el llamado "circador". Asimismo, se estableció que un hermano debía acompañar siempre a otro, de modo que ninguno anduviese sin vigilancia.53 En este ambiente creció y se formó fray Diego Durán. ¿Siguió el fraile la "rigurosísima" observancia cuando el fervor inicial iba decayendo? Poco nos dicen los cronistas de la orden sobre su persona.54 Sabemos, sin embargo, que en 1587 denunció ante el Santo Oficio al también dominico Andrés Ubilla, señalando, entre varios cargos, que "andaba en sueltos tratos con mozas y mozuelas y no quería refrenarse, ni aun con admoniciones".55 Resulta además ilustrativo el pudor de fray Diego: en un pasaje de su obra narra que los mexicas le llamaron Mexicatzinco a cierto lugar, y que le pusieron tal nombre, según el dominico, "por cierta torpedad que, a causa de no ofender los oídos de los lectores, no contaré".56

Aunque fray Bartolomé de Las Casas no formó parte de la provincia dominica de Santiago, también siguió, a su manera, el combate contra la carnalidad.57 Rastreando su propia memoria, Las Casas nos describe su visita a Roma, cuando tenía 23 años, y su sorpresa por la supervivencia de ritos paganos, en el corazón mismo de la Iglesia. En particular, había una fiesta llamada de las flautas, en la cual desfilaban hombres vestidos de mujer que iban tocando música, "con gran licencia de lascivia y deshonestidad".58 Otro indicio de sus valores sexuales es la denuncia radical de las atrocidades cometidas por los españoles contra los pueblos americanos, incluyendo su comportamiento sexual desenfrenado. Fray Bartolomé acusa a los conquistadores de haber asaltado en Nicaragua a un pueblo que huía aterrorizado, cometiendo una masacre y raptando a más de 70 "doncellas y mugeres". Dice también que, en Guatemala, los capitanes de la expedición secuestraron a mujeres e hijas de los nativos. "Y dábanlas á los marineros y soldados por tenerlos contentos". En Jalisco, "un mal cristiano" trató de tomar por la fuerza a una doncella "para pecar con ella", y "porque no quiso consentir, matóla á puñaladas". En Yucatán, un español se jactó, delante de un religioso, de que "trabajaba cuanto podía por empreñar muchas mujeres indias", pues así podría venderlas como esclavas a un precio mayor.59

Así, los frailes historiadores parecen una clase de hombres ciertamente extraordinarios, al menos en comparación con la moral sexual de su tiempo. En cualquier caso, su doctrina hacia los indios subrayó el valor supremo de la virginidad.60

Veamos dos doctrinas representativas de los padres menores y predicadores. La Doctrina cristiana breve afirma, como ya vimos, que la carne es "el mayor enemigo del alma".61 La Doctrina Cristiana de los frailes dominicos abunda un poco más en la materia. La carne suele ofender a Dios porque siempre tiene "una mala inclinación a pecar y una dificultad para hacer lo bueno". De ahí la exhortación a una vida virginal:

Sabed todos los que presentes estáis que los hombres y que las mujeres que aún no han sabido ni experimentado que tal sea el pecado, ni han llegado a mujer, ni tampoco a varón, que se quieren conservar de la suciedad de los pecados; y los que quieren vivir siempre en virginidad, y lo mismo os digo de parte de las doncellas, sabed que sirve mucho a nuestro señor Dios.62

Dos de los frailes historiadores que nos ocupan, Olmos y Sahagún, siguen un enfoque similar. El padre Olmos predicaba que "cuando se tienen relaciones con mujer se cometerá pecado". Así, "es la voluntad de Dios que seáis como los santos, para que no hagáis contra él, que bien evitéis, despreciésis, odieis, miréis con pavor todo lo que es lujuria, adulterio concupiscencia".63 De igual forma, para fray Bernardino, "nuestro Señor Dios, Padre, Hijo, Espíritu Santo, ama la contingencia, la castidad". Por ello, "las alabanzas de la castidad, de la virginidad de hombres, la virginidad de mujeres son grandísimas".64

Estos principios se traducían en una serie de técnicas corporales que los religiosos aconsejaban -o imponían- a los indios mexicanos. (Y que difícilmente se diría que los españoles de entonces estarían dispuestos a seguir).

Gracias a la evangelización, explica Motolinía, los nativos se habrían vuelto "grandes devotos" que guardaban la cuaresma con muchos sacrificios, como "el abstenerse de sus propias mujeres" y ejercitar la flagelación.

Todos los viernes del año y en cuaresma hacen la disciplina tres veces en la semana en sus iglesias, los hombres a una parte y las mujeres a otra, antes del ave maría; y algunos viernes, aun después de anochecido, con sus lumbres y cruces se van de una iglesia en otra disciplinando más; son más de cinco mil los disciplinantes, y en otra, siete o ocho mil, y en partes diez o doce mil, y en esta Tlaxcalla me parece que había en este año quince o veinte mil hombres y muchachos... De ellos se disciplinan con disciplinas de sangre, y los que no alcanzan ni pueden haber aquellas estrellitas, azótanse con disciplinas de cordel, que no escuecen menos... Su procesión y disciplina es de mucho ejemplo y edificación a los españoles que se hayan presentes.65

Entre las recomendaciones de fray Alonso de Molina estaba la abstinencia de relaciones sexuales antes de la comunión. “Será cosa justa y recta que te guardes y abstengas de tu mujer no teniendo parte con ella dos o tres días antes de la comunión, para que con mayor limpieza recibas el santísimo sacramento”.66 El padre Mendieta fue aún más lejos, sugiriendo que los pecados de la carne habrían provocado la epidemia de peste de 1576. Cuenta el franciscano que la "Madre piadosa" se le apareció a Miguel de Gerónimo, un indio ya viejo. La virgen le mandó ante el guardián del monasterio de Xochimilco. Le pidió que amonestase al pueblo; "que se enmendasen los pecadores y viciosos (especialmente en el vicio de la carne) y hiciesen penitencia para amansar la ira del Señor, que estaba ofendido, porque el pueblo no pereciese con la enfermedad que andaba".67 Asimismo, fray Juan de Torquemada recomendaba la abstinencia sexual previa al matrimonio. No era "mandamiento expreso" de la Iglesia, pero los indios lo solían practicar, dando un buen ejemplo a los españoles. "Es ceremonia digna de alabanza, y muy santa, esta de suspender los actos matrimoniales, por alguno, o algunos días, para vacar [dedicarse] a Dios, y pedirle los buenos fines del matrimonio".68

En resumidas cuentas, a varios siglos de distancia, los frailes historiadores aparecen como un grupo relativamente homogéneo en cuanto a sus creencias y valores sexuales, al menos en el contexto de las complejas y diversas culturas sexuales de España y Nueva España del siglo XVI. Los frailes historiadores representaron un sector del clero regular que asumía una posición radical e intransigente en la defensa de los valores cristianos del ascetismo y la templanza. Estos frailes asumían una postura sumamente crítica ante los comportamientos y los valores sexuales de la sociedad y la Iglesia española del siglo XVI. En su labor como misioneros, estos frailes extraordinarios siguieron una línea radical de ascetismo y templanza en la evangelización de los pueblos indígenas de México; más aún, consideraron que los indios mexicanos estaban dispuestos a asumir su radical doctrina sexual, al menos durante la primera mitad del siglo XVI.

Dejemos que sea Las Casas quien resuma los valores sexuales de los frailes, su visión ante los pueblos indígenas y sus aspiraciones evangelizadoras. Los pueblos indianos guardaban "tanta composición, tanta vergüenza, honestidad y mortificación y madureza en los actos y meneos exteriores, en la vista, en la risa, en la compostura de la cabeza e inclinación de la frente y de los ojos... que no parece sino que fueron criados en la disciplina y debajo de la regla de muy buenos religiosos".69


Notas


1 Los vínculos de los primeros frailes franciscanos y dominicos de la Nueva España con las tendencias reformadoras y observantes de sus respectivas órdenes en España han sido estudiados. Ver Baudot, La pugna franciscana por México, Phelam, El reino milenario de los franciscanos, Rubial, La hermana pobreza y Ulloa, Los predicadores divididos.

2 El padre Olmos procedía del convento observante del Abrojo, donde practicaba el ideal franciscano con especial rigor. De allí fue traído a la Nueva España por el obispo Zumárraga (Rubial, La hermana pobreza, pp. 97 98). Fray Motolinía era miembro de la provincia de San Gabriel, bastión fuerte de los observantes españoles (Baudot, op. cit., p. 21). Bernardino de Sahagún se define a sí mismo como fraile observante (Historia General, p. 32); su formación como fraile de esta tendencia es estudiada por Bustamante en Fray Bernardino de Sahagún, pp. 15 24. En cuanto al padre Mendieta, es reconocido como un destacado expositor providencialista, partidario de una iglesia renovada y apegada a las enseñanzas de Jesús (Phelam, El reino milenario de los franciscanos). Finalmente, fray Juan de Torquemada fue un seguidor claro, aunque moderado y conciliador, de esta tradición franciscana (Frost, “El plan de la obra”, pp. 69 85; Phelam, El reino milenario de los franciscanos, pp. 157 160). En cuanto a los dominicos, si bien fray Bartolomé de las Casas no parece haber participado de las polémicas sobre la renovación de la Iglesia, su obra toda a favor de la conversión pacífica y del respeto a los pueblos nativos, así como su denuncia de la avaricia y lujuria de los conquistadores fue una toma de partido a favor de la renovación. Por lo demás, Las Casas trabajó en colaboración con el cardenal observante, Francisco de Cisneros (O'Gorman, "Nota biográfica sobre fray Bartolomé de las Casas", pp. LXXXIV LXXXV; Rubial, op. cit., p. 55). Por último, fray Diego Durán se formó en la provincia dominica de Santiago de México, bajo el ambiente reformado rigorista de Domingo de Betanzos descrito por Ulloa en Los predicadores divididos; no sabemos, a ciencia cierta, cuál fue la posición de fray Diego, pero algunos indicios, de los que hablaremos adelante, sugieren que fue partidario de la observancia.

3 Lebrun, François y André Burguière, "Las mil y una familias de Europa", pp. 20 26 y 119.

4 Rossiaud, "Prostitución, juventud y sociedad en las ciudades del sudeste en el siglo XV". El autor señala que, desde la segunda mitad del siglo XVI, los burdeles sufrieron una drástica desaprobación. El fenómeno es complejo, pero puede indicarse que los protestantes y católicos rigoristas contribuyeron a desacreditarlos (Rossiaud, op. cit., pp. 203 206).

5 Delicado, La Lozana andaluza, mamotreto XXXVIII, p. 162. No obstante, cuando la Lozana encara a un cretino y avaro cliente portugués le enfrenta sin rodeos: "pagá, si queréis, que no hay coño de balde" (mamotreto XXVII, p. 126).

6.Ibid., mamotreto XXIII, p. 110.

7 Ibid., mamotreto XXII, p. 107.

8 Pèrez, "La femme et l'amour dans l'Espagne du XVI siècle", pp. 25 y 28; Boswell, The Royal Treasure, pp. 348 35.

9 Este asunto fue, precisamente, objeto de preocupación del concilio tridentino, cuyas resoluciones marcarían un parteaguas para las morales sexuales del mundo moderno. Foucault sugiere que Trento, junto a la reforma protestante, fue un momento importante para la constitución de la sexualidad occidental (Historia de la sexualidad 1, pp. 140 141). En cualquier caso, tras la reforma protestante y la contrarreforma se pasó, en Europa, a una etapa de mayor rigidez en la aplicación de los postulados cristianos.

10 Redondo, "Les empêchements au mariage et leur transgression dans l'Espagne du XVI siècle"; Pèrez, "La femme et l'amour dans l'Espagne du XVI siècle", p. 24.

11 A diferencia del hijo de un adulterio, que no era reconocido.

12 Pèrez, "La femme et l'amour dans l'Espagne du XVI siècle", pp. 20 21 y 29.

13 Pèrez, op. cit., p. 29. Los frailes novohispanos retomarán estas críticas de la mujer española; ver, por ejemplo, Las Casas: "como acaece tantas veces a las mujeres de España, que teniendo blancos y hermosos gestos, tantas blancuras se ponen y afeites, que no es poco asco solamente vellas" (Las Casas, Apologética Historia, cap. 34, v. I, p. 178).

14 Pèrez, op. cit., p. 21.

15 Según Bataillon, tal era la visión del clero reformado; ver Erasmo y España, p. 5.

16 Rubial, La hermana pobreza, p. 44.

17 Pèrez, "La femme et l'amour dans l'Espagne du XVI siècle", pp. 25 27.

18 Bullough, Sexual Variance in Society and History, pp. 431 433.

19 Bataillon, Erasmo y España, p. 143.

20 Phelam, El reino milenario de los franciscanos, pp.110 111.

21 Bataillon, Erasmo y España, p. 829 831.

22 Frey, "La Malinche y el desorden amoroso novohispano", p. 175.

23 Alberro, "La sexualidad manipulada en Nueva España", pp. 254 257; Burguière, "Un viaje redondo", pp. 321 325; Legros, "Acerca de un diálogo que no lo fue", p. 210.

24 Medina, Historia del tribunal del Santo Oficio, p. 11.

25 Alberro, op. cit., p. 241; Barbosa, Sexo y conquista, pp. 73 100.

26 Díaz del Castillo, Historia verdadera, caps. 135, 144 y 146, pp. 279, 316 y 326.

27 Las relaciones sexuales y maritales entre indias y españoles han sido tratadas por varios autores, empezando por Motolinía, El libro perdido, p. 246. (Memoriales, I, 48: para facilitar las referencias a Motolinía, incluiremos el capítulo correspondiente a las ediciones de Memoriales o Historia de los indios de la Nueva España). Ver también Frost, "El símbolo del triunfo", pp. 119 120; Gonzalbo, "‘La familia’ y las familias en el México colonial", pp. 697 698, y "De huipil o terciopelo", pp. 99 115; Baudot, "Malitzin, imagen y discurso de mujer"; Atondo, "Un caso de lenocinio en la ciudad de México", pp. 93 100).

28 Mendieta, Historia eclesiástica indiana, lib. 4, caps. 23 24, pp. 501 513; Ricard, La conquista espiritual de México, p. 126.

29 M. Dávalos, p. 156.

30 Seminario de historia de las mentalidades, Familia y sexualidad en Nueva España, y El placer de pecar y el afán de normar; Ortega, comp., De la santidad a la perversión; Gonzalbo, comp., Familias novohispanas; Lavrin, comp., Sexualidad y matrimonio en la América hispánica.

31 Calvo, "Calor de hogar: Las familias del siglo XVII en Guadalajara", p. 337; Gonzalbo, "‘La familia’ y las familias en el México colonial", pp. 702 708.

32 Calvo, op. cit., p. 316. Sin embargo, Calvo sugiere que, en el siglo XVII, la comunidad indígena de Zamora era más respetuosa del matrimonio que los españoles y castas de la ciudad, situación que se invertiría para el siglo XVIII (Calvo, "Matrimonio, Iglesia y sociedad en el occidente de México").

33 Garrido, Moriscos e indios, pp. 33 40.

34 Borges, "La emigración de eclesiásticos a América en el siglo XVI", pp. 47 50; Rubial, La hermana pobreza, p. 92.

35 "Extracto de los procesos seguidos a Diego Díaz clérigo", en Procesos de indios idólatras y hechiceros, pp. 237 238.

36 Rubial, La hermana pobreza, p. 93.

37 Baudot, La pugna franciscana por México, p. 51. Hay que recordar, sin embargo, que este franciscano apóstata acusó a dicho custodio, fray Luis de Fuensalida, así como a Motolinía y a otros franciscanos notables, de tramar una conjuración para apoderarse del gobierno de la Nueva España. Con la denuncia sexual se encubre el conflicto político. (Baudot, op. cit. pp. 50 51; O'Gorman, "Noticias biográficas sobre Motolinía", p. CV).

38 Ulloa, Los predicadores divididos, p. 158 188.

39 Phelam, El reino milenario, p. 86; Gibson, Los aztecas bajo el dominio español, pp. 115 119. Motolinía, según Alonso de Zorita, también aludía a esta relajación: "porque los ministros sobrevienen con otros deseos y ejemplos que los primeros" (Motolinía, El libro perdido, p. 292). Asimismo, Mendieta pide, en 1562, que se cuide mejor la calidad de los frailes franciscanos enviados a Nueva España, pues "muchos se ofrecen que no convienen" (Mendieta, "Carta del Padre fray Jerónimo de Mendieta al Padre Comisario General, fray Francisco de Bustamante", en Cartas de Religiosos de Nueva España, t. 1, pp. 33 34).

40 Medina, Historia del tribunal del Santo Oficio, pp. 11, 54 y 86.

41 Molina, Doctrina cristiana breve, p. 23.

42 Flandrin, "La vida sexual matrimonial en la sociedad antigua", p. 153.

43 Ricard, La conquista espiritual, p. 14, Bukhart, The Slippery Earth, pp. 150 159.

44 Gruzinski, "Confesión, alianza y sexualidad", pp. 171 173.

45 Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, prólogo al libro 5, p. 567.

46 Mendieta, op. cit., lib. 5, cap. 5, p. 582; Torquemada, Monarquía Indiana, lib. 20, cap. 5, t. 3, p. 400.

47 Mendieta, op. cit., lib. 5, cap. 22, p. 619.

48 Mendieta, op. cit, lib. 5, cap. 28, p. 632; Olmos, Tratado de hechicería y sortilegios, pp. 47 49.

49 Torquemada, Monarquía indiana, lib. 20, cap. 46, t. 3, p. 486.

50 Ibid., lib. 20, cap. 73, t. 3, p. 563.

51 Ibid., lib. 13, cap. 25, t. 2, p. 464; lib.17, cap. 12, t. 3, p. 238.

52 Dávila Padilla, Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de México, lib. 1, cap. 10, pp. 36 37.

53 Ulloa, Los predicadores divididos, p. 157.

54 Dávila Padilla, por ejemplo, le dedica a Durán sólo unas cuantas líneas en las últimas páginas de su Historia.

55 Garibay, "Diego Durán y su obra", p. XVI. Horcasitas y Hayden afirman, sin embargo, que la acusación de Durán contra Ubilla era porque éste "causaba escándalo por sus frívolas conversaciones con muchachos" (Horcasitas y Hayden, "Fray Diego Durán: His Life and Works", pp. 44 45).

56 Durán, Historia de las Indias, t. 2, p. 43.

57 Las Casas pertenecía a la provincia de Santa Cruz de las Indias, que también era favorable a la observancia, aunque menos obsesionada por los votos en sí mismos y más entregada a la evangelización entre los nativos. Sus relaciones con la provincia de Santiago de México no fueron siempre cordiales (Ulloa, Los predicadores divididos, pp. 105 118).

58 Las Casas, Apologética historia, cap. 164, t. 2, p. 161; Giménez, "Fray Bartolomé de Las Casas: A Biographical Sketch", p. 70.

59 Las Casas, Breve relación de la destrucción de las Indias Occidentales: Nicaragua, p. 74; Guatemala, p. 95; Jalisco, p. 99; Yucatán, p. 103.

60 Como veremos en el cap. 4, el matrimonio constituyó sin duda el asunto más espinoso de la conversión, digamos sexual, de las poblaciones autóctonas. Esto no es necesariamente contradictorio con el esfuerzo que dedicaron los padres observantes por cultivar la castidad entre los indios mexicanos.

61 Molina, Doctrina cristiana breve, p. 23.

62 Religiosos de la Orden de Santo Domingo, Doctrina cristiana en lengua española y mexicana, ff. 117r., 123r 124v.

63 Texto de Olmos de Tratado de los pecados mortales, en Baudot, La pugna franciscana por México, p. 153.

64 Sahagún, Apéndice a la postilla, o las siete colaciones, en Sahagún, Adiciones, apéndice a la postilla y ejercicio cotidiano, pp. 97 99.

65 Motolinía, El libro perdido, p. 157 (Memoriales, I, 34).

66 Molina, Confesionario mayor, f. 71.

67 Historia eclesiástica indiana, lib. 4, cap. 24, p. 453.

68 Monarquía indiana, lib. 13, cap. 6, t. 2, pp. 416 417.

69 Apologética historia sumaria, cap. 34, t. 1, p. 180. Debemos decir, sin embargo, que fray Bartolomé nos parece el menos ascético y radical de los frailes que aquí examinamos. Si bien acentúa la superioridad de la castidad, siguiendo las tendencias radicales de la doctrina católica de su tiempo, también es cierto que reivindica ejemplarmente el mandamiento de la procreación. Vemos, por ejemplo, que cuando describe a los indios de las Antillas los pinta “honestísimos en la conversación de las mujeres". Sin embargo, al fraile no le parece contradictorio decir, renglones abajo, que "no tenían orden ni ley en los matrimonios; tomaban ellos cuantas querían y ellas también, y dejábanse cuando les placía, sin que a ninguno se haga injusticia ni la reciba del otro" y que "multiplicábanse mucho" (Historia de las Indias, lib. 1, cap. 164, t. 2, p. 121). Uno se queda preguntando si acaso esta falta de "orden y ley matrimonial" no debiera ser más bien calificada, desde la perspectiva de un fraile observante, como una costumbre “deshonestísima”.